El tercer día escribí esto:
Alcobendas Rugby, 8 – Club Atlético de Rugby, 56
Campo de rugby de la Autónoma. 14 de octubre de 2014. Caballero del partido: Adrián Chamorro.
En el partido de hoy mereció la consideración de caballero del partido uno de los más jóvenes entre nosotros: el inefable caballero Adrián Chamorro.
De veintitantos años, en buena forma, alto, espigado y, si creemos en el equilibrio de las correspondencias, a juzgar por el bellezón que es su novia deduciremos que debe de ser guapo. Definitivamente una rareza entre los nuestros. Se ha hecho ficha por primera vez este año y venía de haber jugado poco, hace tiempo y creemos que sólo en la liga universitaria. Pero el amor al rugby y las condiciones de un auténtico caballero de nuestro deporte las tiene por arrobas. Hoy dio sobrada muestra de ello.
Es el primer partido de liga y jugamos contra el equipo del Madrid Atleti. Por un lío índole más bien burocrática, por cosas no muy bien resueltas y no directamente deportivas, este equipo sufrió un descenso directo desde Primera Regional, donde destacaba hace pocos meses entre los equipos de cabeza, a Cuarta. Como suele ocurrir en estos casos, el equipo afrontaba su primer partido de liga en esta categoría, virtualmente muy por debajo de su nivel, enrabietados.
Tensos y dispuestos a demostrar su superioridad, salieron al campo jugando un rugby muy agresivo, en ocasiones violento y no siempre limpio. Equipo grande, bien posicionado, muy fuerte, partía de la idea de que se enfrentaban a un equipo muy inferior. Los primeros contactos con los nuestros lo desmintieron inmediatamente. Les costó más de veinte minutos marcar los primeros puntos.
En uno de los primeros rifirrafes, el caballero Piloto las tuvo tiesas con uno de sus pilieres y tuvieron que acudir a los puños para aclarar las cosas: se le ocurrió al insensato atlético agarrar del casco a nuestro vikingo, por lo que mereció y recibió un encaje de tabas directo a las muelas. Acudió enseguida a la fiesta el caballero Fray, muy atento a echar un capote, y repartió justicia con otro que se quería colar sin invitación, y no sabemos si al intruso le acoquinó más la galleta que recibió de nuestro uruguayo o la imperterritud con la que éste encajó su respuesta: nada da más miedo que un grande que encaja sin inmutarse y se guarda la respuesta.
Así se asentaron las bases del partido. Aguantamos como jabatos todo el primer tiempo, pese a nuestra inferioridad física y a la falta de rodaje que teníamos, por ser el primer partido de liga. Sólo en el segundo nos vimos un poco superados. Hubo mucha violencia por parte de los rojiblancos. No se podían creer que les plantáramos cara con un equipo de jugadores mayoritariamente veteranos, entre los que destacaba un jovencillo omnipresente, espigado, muy en forma y casi hasta guapo. Ese era Adrián.
Adri jugó de tercera línea. Saltaba la touch, y las ganaba. Era el primer apoyo en ataque, y zapaba metros hacia la marca contraria creando siempre peligro. Era el primer placador en defensa. Estaba en todas partes. Parecía un tirillas comparado con los percherones del Atlético, pero una vez detrás de otra aparecía grapado a los tobillos, colgado de los hombros, llegando a tiempo para completar la mordida de metros de un buen ataque.
Ya mediado el segundo tiempo, se sucedieron varias jugadas especialmente violentas. Entre ellas una melé con agresión en plenas narices al caballero Pollo, que estaba de talonador, ejecutada a lo canalla, por un puñetazo lanzado desde la segunda línea. No entramos al trapo. Jugamos y defendimos limpio. Nos guardamos el albarán. Nos teníamos que ocupar de otras urgencias: las continuas embestidas de ataque de los atléticos. Tuvimos que defender dentro de nuestra veintidós durante muchos minutos.
Tras una de las cargas del asedio uno de los nuestros quedó en el suelo. Aparentemente bien, sólo estaba tumbado boca abajo, con los dos antebrazos pegados al suelo. Iñaqui intentó llamar la atención a los de la banda y al árbitro, pero los contrarios se disponían a sacar un golpe de castigo a la mano, y había que defender. Todos los nuestros menos uno acudieron a defender alineados en nuestra zona de marca. Todos menos uno que seguía en el suelo, con los antebrazos apoyados y la cabeza levantada, un poco alejado de la zona desde donde se iba a sacar el balón. Era Adrián. Por fin se entendió el grito de Iñaqui: que entre un médico, que está roto. El árbitro lo oyó. Se paró el juego.
Adri se levantó y le acompañaron a la banda. Tenía un brazo roto. No había querido soltar al jugador contrario que estaba agarrando y otro chocó contra él. Clac.
Adri lo sabía. Está roto, decía. Qué mala suerte, en el primer partido. Me voy a perder todos los partidos. Verás cuando se entere mi novia. Me va a matar, decía. Y verás cuando se lo diga a mi socio. Porque Adri es empresario. Ah, que ahora hay que decir emprendedor. Un currela, vaya. Que mala suerte, joder, decía. Y ahí estaban sus prioridades: el rugby, su novia, su socio.
Hubo que llevarle al hospital. Dartañán, que no había jugado por una pequeña lesión, le acompañó. Le intentaba animar mientas salía de la ambulancia. Rollo coach.
- Interioriza el dolor, habla con él. Aprende a controlarlo.
Nuestro coach se sentía muy satisfecho, parecía que Adrían apreciaba el consejo, que lo aplicaba. Se creció y continuó.
- ¿Cuántas ocasiones crees que vas a poder vivir la experiencia de romperte un brazo?
- Joder, de momento llevo tres.
- ¿Qué?
- Sí, es la tercera vez que me rompo este brazo.
- Coño.
Por alguna razón, el rugby atrae a gente así. ¿Amantes del riesgo? No lo creo. ¿Locos, inconscientes? Al contrario. ¿Inmunes al dolor? Para nada. No es que seamos más duros que los demás, ni más resistentes. Es que estamos dispuestos a someternos al riesgo de vivir a pesar del peligro. Y qué. Preferimos no rompernos un brazo, pero somos conscientes de que en la sustancia del brazo está su posible rotura. Y aceptamos el brazo en su completa condición.
Adrián Chamorro ya está en plena recuperación. No tardaremos en volver tenerle entre nosotros. ¡Hurra por él!